Para pensar acerca de la necesidad de mirar para otro lado. Un relato del psicoanalista Stephen Grosz (*)
Desde hacía un tiempo sospechaba que el marido de mi paciente tenía una aventura, aunque, por supuesto, no podía asegurarlo.
Yo sólo puedo saber lo que me cuentan mis pacientes y aún así, durante los dos primeros años de terapia con Francesca no podía evitar pensar que su marido Henry, le era infiel.
Para empezar había tenido varias aventuras en su primer matrimonio y había dejado a su esposa y su hijo de diez años para casarse con Francesca. Además había una serie de detalles, en apariencia intrascendentes que dispararon en mi las alarmas.
Todas las tardes, después del trabajo, Henry iba a nadar al gimnasio pero en dos ocasiones en que Francesca había ido a buscarlo, no estaba allí. También estaban las llamadas telefónicas a horas extrañas, llamadas urgentes que tenía que responder en otra habitación o llamadas que hacían que lo dejara todo y desapareciera durante dos o tres horas.
En una de las sesiones me contó, de manera inocente, que lo había llamado a su oficina y que uno de sus compañeros contestó el teléfono
– Tapó el auricular con la mano pero oí cómo le avisaba: “Eh, Fornicador es para tí”
Esperé y como ella no dijo nada más, le pregunté qué había significado eso para ella.
– Nada – respondió- sólo pensé que era divertido. Cosas de hombres
Me quedé callado
– A lo mejor era hasta un piropo – añadió.
– ¿ y no siente un poco de curiosidad por saber por qué su amigo lo llamó “Fornicador” – pregunté
– No, no especialmente. Ellos siempre se hablan así.
No es que Francesca fuera simplemente pasiva y que eso explicara su despreocupación frente a señales tan evidentes; era más que eso, parecía esforzarse por preservar su ignorancia a la vez que se sentía impulsada a contarme historias que me llevaran a creer que su marido le era infiel.
Al año siguiente la empresa de Henry decidió enviarlo un año a París. Habían acordado que tomaría el tren a primera hora del lunes, pasaría la semana en el piso de la empresa y regresaría a Londres donde vivían el viernes por la tarde. Pero Henry empezó a pasar cada vez más fines de semana en París. Se había perdido el cumpleaños de Lotti, la hija de ambos y tampoco había estado en febrero durante el fin de semana de San Valentín. En marzo decidieron que Francesca y Lotti pasarían la Pascua con él en su piso de París.
En nuestra primera sesión después de las vacaciones de Pascua, Francesca me contó la visita.
– El viernes por la noche llegamos a Paris. Henry nos estaba esperando. Tomamos un taxi hasta su piso y cenamos los tres juntos. Estuvimos muy a gusto, volvíamos a ser una familia. Acostamos a la niña y regresamos a la cocina para recoger un poco y tomar una copa de vino.
Abrí el lavavajillas y enseguida supe que algo no iba bien, por un instante no sabía qué era.
Y de pronto, las llamadas intempestivas, el apodo de “Fornicador”, el perderse el cumpleaños de nuestra hija… todo cobró sentido. Era como una de esas historias de espías. Llega un momento en que has descodificado suficientes letras del mensaje, no todas, pero de repente el mensaje se vuelve totalmente claro. Fue así como ocurrió. No necesitaba más información. En el lavavajillas había dos tazas, dos platos pequeños, dos cuchillos para mantequilla, dos vasos y dos cucharitas de café, todo perfectamente dispuesto, no de la manera desordenada como solía hacerlo Henry. Era como si ella me hubiera dejado una nota.
Entonces le pregunté: “¿Quién ha cargado el lavavajillas? Dime ¿Quién lo ha cargado..?”
* Adaptado del relato Pasión por la Ignorancia de Stephen Grosz en La mujer que no quería amar y otras historias sobre el inconsciente. Editorial Debate