Más de una vez al iniciar una terapia me han preguntado “¿por qué tengo que contar mi historia? ¿De qué me sirve? ¿qué tiene que ver lo que me pasó hace años con lo que me preocupa hoy?” intentaré responder a esta pregunta pensando en quienes suponen que es una pérdida de tiempo porque no ayuda o retrasa el enfrentar el motivo por el cual buscaron hacer terapia.
La utilidad de esta (aparentemente) inútil propuesta se basa en que la identidad de una persona está profundamente determinada por las historias que construye sobre sí misma y sobre el mundo en el que se mueve y quienes lo habitan. Estas historias no solo reflejan experiencias pasadas, sino que también configuran el modo en que la persona se relaciona con su presente y su futuro.
Al pedirle a quien inicia terapia que nos cuente su historia, que nos hable de su familia, su mundo escolar, sus amores y desamores y en general, de lo que vaya surgiendo en este ejercicio de asociación libre, la incitamos a construir un relato de su vida y así, ir revelando qué significados ha atribuido a sus experiencias y a los personajes que las protagonizaron.
Estos relatos irán mostrando situaciones y vínculos que perpetúan sentimientos de culpa, vergüenza, impotencia o falta de valor, y en general, aspectos que son esenciales para la comprensión de los conflictos internos que generan los malestares en el presente.
El ejercicio de ir recuperando nuestra historia (hay muchas personas que dicen “Tengo muy mala memoria no me acuerdo de nada”) va a permitir no sólo recuperar circunstancias aparentemente olvidadas, también mirar con otros ojos y con otras perspectivas aquello que vivimos.
Al contar nuestra historia una y otra vez, al mirar nuestro pasado y compartirlo con el terapeuta, podemos empezar a verla desde diferentes aspectos y reinterpretarla de manera más saludable.
No se trata de contar por contar sino de un re mirar y re pensar, relacionando situaciones que estaban desvinculadas entre sí y que al ligarlas adquieren nuevos sentidos.
Por ejemplo, una persona que recuerda una infancia marcada por un ambiente de descuido y negligencia puede ahora observar con ojos de adulto las limitaciones y los problemas de sus cuidadores para atenderla y desarrollar otro punto de vista, uno que le permita situarse en otro lugar en vez de verse como una víctima perpetua de quienes no la cuidaron. .
Al reescribir sus propias historias los pacientes pueden liberarse de las versiones y creencias que los han mantenido atrapados en patrones repetitivos
- “Siempre me dijeron que era un vago”
- “Crecí con la idea de que era una buena para nada”
- “Algo me decía que no debía intentarlo”
y poder cuestionarlas. Esta nueva historia es la puerta que puede abrir a otro modo de vivir.
En conclusión, la narrativa en psicoterapia, no solo ayuda a las personas a comprender su historia de vida, sino que también les ofrece la oportunidad de reconfigurarla, creando un relato más coherente y alineado con sus deseos y necesidades actuales.
Para terminar, hay un texto anónimo que circula por internet y que explica con palabras muy simples el por qué al iniciar una terapia te digo: “Cuéntame tu historia”.
“A veces, cuando observamos las cosas al cabo de un tiempo o desde una perspectiva un poco diferente, algo o alguien que creíamos absolutamente bello y maravilloso, algo o alguien por lo que renunciaríamos a todo para conseguirlo, se vuelve sorprendentemente opaco y sin valor. Entonces te preguntas: “¿Qué demonios veían mis ojos?”